El mundo va muy deprisa, y soy de las
que se deleita al caminar despacio.
No hay lugar para los que respiramos
vida cuando observamos.
Somos los buscadores: aprendemos
cayendo y resurgiendo tras el golpe en el estómago – o en el
corazón – pero también nos hacemos más sabios cuando miramos; y
vemos a través de los ojos de las personas, que son los espejos del
alma que dormita dentro.
Somos conscientes de que hay algo más
que horas encadenadas a una rutina que se asfixia entre humo y
asfalto.
Que se puede escapar abriendo la puerta
de atrás; la que lleva a una bosque plagado de raíces de palabras,
latidos de corcheas, sonrisas regaladas, miradas que provocan
sístoles y diástoles magnéticas...
Hay algo más.
Es una intensa forma de concebir los
días,
de beber cada gota del momento
presente.
Aquí y ahora.
Instantes.