Tengo
mi corazón
hundido
en su tierra.
Mi
blusa anudada
a
sus manos gráciles.
Y
todas la palabras
de
mi diccionario
caben
en tan sólo uno
de
sus silencios.
El
contacto a través
del
aire que ambos
respirábamos
duró
el tiempo
que
tarda una cerilla
en
arder.
Lo
suficiente como para calar.
Lo
justo como para doler.
Y oler su ausencia plagada de luz.