Y entonces me di
cuenta
de que el centro del
mundo
no era mi ombligo
ni el tuyo.
Era un manantial
infinito
de ideas y eurekas
que ganaban fuerza
a medida que el reloj
y sus manecillas
avanzaban rápidamente
despacio.
De él se abastecía un
campo
sembrado de sueños
inquietos,
voraces,
ávidos de alzar el
vuelo;
sin miedo a que las
alas acabasen partidas.
sin pesadillas contra
las que estrellarse.
Era un torrente de
ilusiones
que hoy madura,
que crece,
que se hace gigante.
Era un lienzo sin
principio
sin punto y final;
de colores fuertes.
Rojo pasión. Amarillo
solar.
Luz etérea,
que ciega
y siembra sonrisas.
Eso era el centro de
todo.
Luz que guía.
Luz que ciega.
Luz que inspira.
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