No
me gustan las promesas. No suelo hacerlas a los demás. A veces, no
me las hago ni a mí misma.
Más
que nada, porque ante todo, creo en el cambio: el ser humano muta,
evoluciona (o involuciona), crece, avanza, se equivoca, huye,
permanece... según el momento presente.
Prometí mucho y demasiadas veces, sin ser consciente de
que ni podría ni quería realmente cumplir mis palabras – una
disculpa inmensa es lo que merecen, como mínimo-.
Hasta hoy, sigo
aprendiendo a escoger quién pasea a escasos metros de distancia,
cerca de mi sendero, y quién me hace trastabillar desde lejos. Pero
así es la vida, y así quiero que sea. Vivir una mentira, acaba
cansando y saturando. Hasta la risa se acaba asustando y cerrando por
vacaciones – espero que no vuelva a pasarme: hay servicios que
deberían estar disponibles 365 días al año -.
En
esas circunstancias, ¿cómo prometer? Cuando los cimientos de esa
promesa son tan variables, el edificio puede venirse abajo en
cualquier momento. No compensa.
En
ocasiones, prometer a largo plazo es alentar la utopía, alimentar lo
imposible, aspirar a lo inalcanzable, a una perfección manufacturada
por una sociedad que se nutre de esas falsas esperanzas para
llevarnos a un callejón sin salida: y aparece la frustración.
Pero
hay una promesa que sí me hago cada día, muy sencilla, fácil de
cumplir: ser libre.
Me
rodeo de todo aquello que me da aire, y retiro todo lo que asfixia o
resta.
Que
la música, la fotografía, el mar, el ruido, la poesía inspire.
Pero sobre todo, que las personas saquen brillo en lugar de hacerte
gris; es todo un reto.
Hay
muchas personas que en el transcurso de los días, se quedaron en el
camino: las dejé marchar y explorar otras vías distintas a la mía
propia.
Pero
todo es como debe ser. Las personas llegan, muchos se quedan, otros
tantos se van. Y de todos ellos se aprende.
A
tí, que lees esto, no puedo prometerte mucho más que transparencia:
me equivoco, fallo, y aprendo cada día de mis errores (o al menos,
eso intento), a transformar los defectos y sacar los monstruos del
armario, para que no te invadan por las noches.
Pero
ante todo, vivo amando lo que es. Asumo la realidad con los ojos
negros bien abiertos, atentos, expectantes, esperando todas esas
señales que me oxigenan, me hacen volver a mi centro, con las manos
abiertas, llenas de humildad y deseos de mejorar.
De
seguir siendo libre.
Gracias.
Sí, a ti, por ser descubrirme, por ser libre a mi lado.