No puedo ofrecerte más
que unas manos abiertas,
suaves y agradecidas,
preparadas para ayudar a construir
murallas de fe.
No puedo ofrecerte más
que mi rostro desnudo
y mis ojos vendados:
me basta tu voz
para creer que hay algo más
al otro lado del cristal.
No puedo ofrecerte más
que una mente abierta
y un corazón permeable que no juzga,
que refugia de tormentas
y roba destellos de luz
al sol que te deslumbra.
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