miércoles, 16 de julio de 2014

Reflexión. Promesas.



       No me gustan las promesas. No suelo hacerlas a los demás. A veces, no me las hago ni a mí misma.
     Más que nada, porque ante todo, creo en el cambio: el ser humano muta, evoluciona (o involuciona), crece, avanza, se equivoca, huye, permanece... según el momento presente.



      Prometí mucho y demasiadas veces, sin ser consciente de que ni podría ni quería realmente cumplir mis palabras – una disculpa inmensa es lo que merecen, como mínimo-.


     Hasta hoy, sigo aprendiendo a escoger quién pasea a escasos metros de distancia, cerca de mi sendero, y quién me hace trastabillar desde lejos. Pero así es la vida, y así quiero que sea. Vivir una mentira, acaba cansando y saturando. Hasta la risa se acaba asustando y cerrando por vacaciones – espero que no vuelva a pasarme: hay servicios que deberían estar disponibles 365 días al año -.




      En esas circunstancias, ¿cómo prometer? Cuando los cimientos de esa promesa son tan variables, el edificio puede venirse abajo en cualquier momento. No compensa.


     En ocasiones, prometer a largo plazo es alentar la utopía, alimentar lo imposible, aspirar a lo inalcanzable, a una perfección manufacturada por una sociedad que se nutre de esas falsas esperanzas para llevarnos a un callejón sin salida: y aparece la frustración.

     Pero hay una promesa que sí me hago cada día, muy sencilla, fácil de cumplir: ser libre.
Me rodeo de todo aquello que me da aire, y retiro todo lo que asfixia o resta.

    Que la música, la fotografía, el mar, el ruido, la poesía inspire. Pero sobre todo, que las personas saquen brillo en lugar de hacerte gris; es todo un reto.



     Hay muchas personas que en el transcurso de los días, se quedaron en el camino: las dejé marchar y explorar otras vías distintas a la mía propia.
Pero todo es como debe ser. Las personas llegan, muchos se quedan, otros tantos se van. Y de todos ellos se aprende.



    A tí, que lees esto, no puedo prometerte mucho más que transparencia: me equivoco, fallo, y aprendo cada día de mis errores (o al menos, eso intento), a transformar los defectos y sacar los monstruos del armario, para que no te invadan por las noches.



      Pero ante todo, vivo amando lo que es. Asumo la realidad con los ojos negros bien abiertos, atentos, expectantes, esperando todas esas señales que me oxigenan, me hacen volver a mi centro, con las manos abiertas, llenas de humildad y deseos de mejorar.


De seguir siendo libre.


Gracias. 


Sí, a ti, por ser descubrirme, por ser libre a mi lado.








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