viernes, 9 de octubre de 2020

Recuerdo fantasmas de techos altos y ganas en llamas.




Rememoro fantasmas de

techos altos y ganas en llamas.

Ojos que se cierran,

y mis pestañas clavadas

en tus sienes.

Preguntas que rodean

intenciones secundarias,

calladas,

tímidas,

rebosantes de fe.



No mires ahora, amor,

que tengo las entrañas

abiertas para ti

de par en par

y mis flaquezas

te retan a que te acerques

para jugar con ellas

al escondite.



Si te abres,

corres el riesgo de que te lea

como a la más mordaz

de las novelas de misterio,

y que devore tus páginas

en menos de un

suspiro.



Te he rozado

la punta del iceberg, amor.

Deja que bucee

hasta lamer el contorno

de tu montaña de hielo

y hacer que quieras

echar raíces en mi pecho.









miércoles, 22 de abril de 2020

Recuérdame.

Recuérdame qué hago aquí, sentada sobre mis talones, abrazando mis quimeras, sedienta de fe. ¿Esperando la primavera en tu piel? Si yo nací en invierno y me gobierna el frío; si no necesito que tus ojos derritan el hielo de mi vientre; si mis heridas están malcosidas y no hacen ruido ya. Recuérdame qué hago aquí, con ganas de explotar por dentro y chocar con tus raíces; si estás pero no haces ruido; me echas de menos pero tu código se pierde en el aire y no puedo descifrarte; si quiero leerte pero no me enseñas ni tus vocales. Lo que tengo es el residuo de todas las imágenes vívidas que construyo con tu cuerpo y el mío entrelazando sus penas. Lo que tengo no es lo que me das, es lo que necesito escribir contigo. Déjame vivirte o cierra la puerta y la boca y permite que me levante, que desde aquí abajo el mundo parece un lugar hostil y me siento diminuta y se apaga mi luz. Aviva mi destello o vete. Y llévate entonces contigo todo lo que te di, y el tacto de mis dedos que tendrás que recrear, porque no me leíste las manos cuando el tiempo te lo puso en bandeja. Recuerda las notas disonantes que te llevaron hasta mí y que no son suficiente para construir un nosotros. Recuérdame. Y a todas las canciones.



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martes, 10 de marzo de 2020

Animal herido.





Me lamo las heridas.


Saben
a salitre y a dolor.
A salitre y calor y sudor.


Me acurruco entre mis pensamientos
negros y un olor púrpura
que gobierna mi almohada.


Respiro con el pulmón derecho,
porque el izquierdo
consuela al corazón
y lo acuna entre sus brazos.


Siempre le susurra
la misma nana:
“No huyas, amor.
No te escondas
tras el hedor
de un pasado podrido
plagado de aflicción”.


Sentir lástima
es de cobardes,
y yo estoy cansada
de regocijarme
en la huida.


Escudriño entre las sábanas
motivos para quedarme.


Razones que me encadenen
con ternura a tus pestañas
y a tu pecho roble.


¿Y si ahora
me abro de piernas
pero te oculto
mi prosa insomne?


Quizás así,
tú tampoco salgas huyendo.
Quizás así,
mis labios trémolos
no te asusten.


Que ahora necesito rezarle
a algún dios
que me enjugue las lágrimas
y me empuje hacia delante;


que me depure las entrañas
y me anime a perdonarme.