Rememoro fantasmas de
techos altos y ganas en llamas.
Ojos que se cierran,
y mis pestañas clavadas
en tus sienes.
Preguntas que rodean
intenciones secundarias,
calladas,
tímidas,
rebosantes de fe.
No mires ahora, amor,
que tengo las entrañas
abiertas para ti
de par en par
y mis flaquezas
te retan a que te acerques
para jugar con ellas
al escondite.
Si te abres,
corres el riesgo de que te lea
como a la más mordaz
de las novelas de misterio,
y que devore tus páginas
en menos de un
suspiro.
Te he rozado
la punta del iceberg, amor.
Deja que bucee
hasta lamer el contorno
de tu montaña de hielo
y hacer que quieras
echar raíces en mi pecho.
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