Yo cuidaba de un llanto
acurrucado debajo de la piel.
Creí conocer sus secretos,
porqué acababa brotando
en medio de horas baldías
y cómo poder calmarlo y que
dejara de sollozarme dentro.
Y así,
llegaste tú,
acariciando con tus dedos mi ruina
secando unas lágrimas de papel
y preceptos grises;
plantando hipérboles
y riendo
al ritmo de un viento que silbaba a nuestro paso.
¿Dónde has escondido, entonces,
mi pasado?
Que ya no recuerdo
qué era eso de tener frío
justo antes de comenzar
a desnudarme de piel y alma.
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