¿Por qué
tanta prisa?
Han colgado
carteles de
“se busca
respuesta perdida”
en cada una
de las esquinas
de esta
ciudad de horas desiertas.
Animales
inmersos
en las
normas de su propio universo,
entregan
sus pulsiones
sin
reservas,
sin cautela;
luego, les
asfixia el remordimiento.
No quieren
reparar
en el
brillo del comienzo,
en el olor
tibio
de un libro
recién abierto:
engullen el
final antes de empezar(se).
Regalan
hilos de escarcha
al primer
costurero que adoran,
poniéndolo
en un pedestal de hojalata;
todo sea
porque cosan
sus heridas
abiertas, tan frágiles.
Que cada
palabra compartida
es alentar
al alma a que vuele,
obviando
las tormentas de verano,
las
altaneras presiones,
la sed, que
tanto escuece.
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